Ayer Olivia me alegró la tarde con una grandiosa canción.
Que llevo escuchando y tarareando desde entonces. Además de parecer un poco
tarada sonriendo por la calle, mis neuronas aplatanadas desde hacía tiempo se
han activado y aquí estoy.
Como estamos en plena temporada taurina me ha venido a la
cabeza la historia de un torero, una historia que siempre he querido plasmar en
letras pero nunca supe cómo.
Un torero, pero no de los que vemos en el albero de las
plazas delante de un morlaco de 600 kg, este es un torero de asfalto, su plaza
es la ciudad y sus toros son las mujeres
Ahora estoy viendo la faena desde la barrera del tendido 8,
con la perspectiva que el tiempo regala.
Este torero es ingenioso con el capote, sublime con la
muleta y certero con el estoque.
Ingenioso porque hace creativas peripecias para que fijes
por un instante tus ojos en él. Ése maldito momento en el que de camino a la
barra de aquella boda finge que te has chocado con él y capta tu atención, ése,
es el comienzo del fin.
Sublime porque sabe cómo manejar la situación de forma
descarada, arriesgada pero insultantemente elegante y divertida. Elige el
momento perfecto para volver a aparecer, ese endiablado septiembre tres meses
después del choque frontal y con la guardia baja, ése, es el momento perfecto.
Pero en esta parte de la faena no todo es mérito del torero, tuvo suerte, porque tenía delante a un toro con casta, bravo, un toro
entregado que tenía metido en la muleta.
Y es que, aunque al principio yo no estaba precisamente interesada en él, me dejé llevar y dejé que él se colara hasta la cocina, con sus llamadas desde el campo por las tardes, con sus mensajes por las mañanas, con sus bromas a medio día… y todo esto durante muchos días y algún mes, y sin vernos porque él estaba disfrutando de sus días como más le gusta, en el campo.
Y llegó la hora de que volviera de su reclusión campera,
llegó el momento del cara a cara, y de acabar con la poca resistencia que
quedaba, si es que quedaba algo…
Certero porque en el mejor momento, en el punto álgido de la
faena, saca el estoque y zás! Todo acaba, una estocada limpia, sin previo aviso, el toro cae desplomado al instante.
Él consiguió su objetivo, enamorar a aquella sonrisa que se resistía a tener dueño, para ser exactos, que no tenía ningún interés en que él fuera su dueño. Consiguió que nunca se me olvide la primera vez que me besó, consiguió convertirse en el que, a día de hoy sigo pensando que, es el hombre de mi vida.
Una vez conseguido el trofeo, ya no hay nada más que hacer. Excepto llamar al taxidermista, colgar el trofeo en la pared, y de año en año acordarse de ella, aparecer, poner todo patas arriba otra vez, llenarlo todo de mentiras disfrazadas de ilusiones y volver a salir por donde entró.....
....Y ahora al final de la corrida, estoy saliendo de la plaza,
sonriendo, porque recordar esto ya no me duele.
Porque el tiempo además de regalar perspectiva, también
regala “olvido” entre comillas.
Y de repente aparece Olivia con su canción, y estoy
tarareándola en el autobús y sonriendo al personal, acordándome de él. Porque
como soy testaruda y sobre todo muy fantasiosa me divierte extremadamente pensar
en que podría darse la remota posibilidad de que al torero de asfalto se le crucen los cables,
pierda el sentido común y decida indultar el toro…
Valentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario